Era el final de la actuación. Por aquel entonces lucía un panzón de ocho meses. Mofletes ardiendo y empapada en sudores. Apenas cinco canciones frente al público más exigente. Había pasado por todo, desde berridos a lo hooligan hasta grititos a lo Teresa Rabal (i.e. ¡venga niños!). Desde el otro lado: ojos como platos clavados en mi jeta, entretenimiento con el dedo en la nariz, sonrisas, boca abierta mirando al techo. Mi sobrino Ramón en pelotas instigando al personal (no cuenta, se desnudó en cuanto comenzó el bolo). Algo sucedió, tocamos ‘Aprender a leer’ a lo rock’n’roll. Madres y padres se levantaron, suele ser una de sus favoritas. Cuando a menudo me felicitan por las canciones siempre me pregunto, ¿también les gustarán a las criaturas? Pero algunos cachorros y cachorras se animaron. Se levantaron, bailaban, saltaban. Entonces la vi en medio del desbarajuste. Era una niña rubia, con coletas, medio metro, no la conocía de nada. Me miraba balanceándose un poco y cuando yo canté ‘quiero aprender a leer y a escribir lo que me pasa por la cabeza’ sus labios siguieron de forma precisa la última parte de esta frase. Se la sabía. Oh maravilla. Ahora incluso me parece haberlo soñado. ¿Se la sabía? Momentazo para apuntar en el cuaderno de inolvidables, sin duda. Hacer música para niños es de las cosas más increíbles que he hecho nunca.

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Presentación de Un Cuento Propio en Traficantes de Sueños. Febrero 2015.