Imposible no elevarse escuchando este colorido trallazo de Ana Tijoux y Shadia Mansour, inevitable unirse a esa celebración de dignidad y reivindicación y, por qué no, de querer formar parte, de levantarse con ellas. Aunque está claro que ambas no hablan en términos estrictamente geográficos, quisiera partir de ‘Somos Sur’ para desbarrar un poco sobre conexiones identitarias.

Porque ¿cómo trazar discursos comunes entre coordenadas alejadas o incluso dispares? En un momento en el que mientras las responsabilidades políticas se desdibujan, y el mercado y sus dictadores, determinan lo que vale nuestra vida (o sea, muy poco o nada) para sacar rendimiento económico propio, resulta crucial entenderse con quien también está excluido de este grupo ‘manejador’. ¿A alguien le queda alguna duda de que si tiene que haber una guerra en el sur de Europa o donde sea para restablecer un equilibrio de intereses/capitales de vaya-usted-a-saber-quién, la habrá? Y sin llegar al extremo de la guerra, violencia cotidiana: desahucios, exclusión social, xenofobia, violencia machista, expolio, alarma terrorista vs recortes de libertades, etc… ¿Y cómo averiguar si la ciudadanía de a pie cuestionamos este paradigma, seamos de donde seamos? Yo, nacida y criada en este país, creo ser consciente de que la calidad de vida de la que he disfrutado (y disfruto) de un sistema que, por ejemplo, ha promovido la especulación inmobiliaria o la destrucción del medio natural. Pero ¿quiere eso decir que esté de acuerdo o que no prefiera que haya una redistribución de la riqueza? ¿Podríamos estar de acuerdo, por ejemplo, una mujer mapuche y yo sobre la política de uso de los recursos naturales del lugar donde viven? ¿Piensan todos los alemanes como la Merkel? ¿Y qué ocurre con eso casi 50 millones de personas que viven por debajo del umbral de la pobreza en EEUU? El capitalismo voraz genera sures a lo largo y ancho del planeta, y algunas brújulas no sirven. Por extender la metáfora, no habría deportaciones (mecanismo por el que a una persona se le arranca de su propia vida por no tener sus papeles en regla) sin la connivencia de los países de origen y a un precio oculto. Así que, escuchando el (por supuesto) legítimo himno de combate ‘Somos Sur’, me pregunto si existe esa identidad enmascarada en tantos rostros, tantas voces, que desean una nueva hoja de ruta frente a esa maquinaria que fracasa para satisfacer la dignidad de una mayoría. Me descubro soñando con la vibración de ese ritmo posible, y con qué tal vez, un día lo bailemos.